Cuando no queda nada por hacer.
Viniendo de una generación meramente dinámica,
Donde el mundo gira a 1,700 kilómetros por hora,
Dándonos pues 24 horas para intentar hacer lo mejor en nuestras obras.
No obstante, persiste la cuestión de cuándo habremos de parar.
Amanece, obscurece.
Me pregunto si un poco de elixir me apetece.
Los cuerpos se excitan tras haber gozado reposo.
No me sorprende, puesto que gustamos de ser fieles a nuestros más sutiles antojos.
Comienzan a marchitarse los primeros pétalos cuando apenas terminaron de germinar los campos con los brotes más idóneos.
Es un ciclo interminable, donde la costumbre puede convertirse en verdugo,
Y la suerte itinerante manifestarse de la manera más extravagante.
Semejante prisa la que nos acarrea.
¡Vaya sorpresa! Pues bien, se nos ha dicho que la vida es una larga carrera.
Donde el reloj no deja de correr, los errores deben ser cosa del ayer,
Y los sueños volverse en la brújula que guíe cuando ya no queda nada más en qué creer.
Como aspiraba encontrar la felicidad, cuanto deseaba poder sentir paz.
Caer en un sueño tan profundo y repentino donde me pudiese adueñar del destino.
En un mundo que gira a 107,280 kilómetros por hora,
Dándonos pues 365 días y casi 6 horas para marcar un hito con base en nuestras añoranzas.
Si el único punto fuese llegar a la meta, tan dichosa y aclamada,
Al grado que me ha hecho pensar que quizá no se trate más que de una falsedad bien planteada.
Si el único deseo fuese estar a tu lado,
Me lo pensaría dos veces, pues pareciera ser un juego en el que ya he estado.
Y, ¡oh sorpresa! No soy quien sale ganando.
Si hubiese más tiempo que vida,
Entonces, dejaría quizá de lado mi terco anhelo de querer conocerte tanto de norte a sur como de este a poniente.
Porque bien, nada es permanente.
Tal como tú y yo, que somos parte finita de este cosmos cuyos cambios son inminentes.
Donde el destino gusta de hacer malas jugadas, como si quisiera decir que es tiempo de cerrar otra etapa.
Donde decir adiós pareciera ser la parte más complicado, pues es una forma de dejar atrás aquellos momentos vivaces mediante lágrimas y patadas.
Busca refugio en tu propio ser, en un amigo fiel, caminando a solas mientras ves el día caer.
Deja que las cosas fluyan: llora, grita, maldice, hasta que no queden reservas.
Aprende.
Crece.
Porque justo en las tormentas más turbias es donde se obtienen las mejores justas.